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Anna TV

VEINTISÉIS

El Invitado de Hoy, el que nos va a contar qué hizo el sábado, es el jefe, el rey del mambo. Con ustedes... Cica.

Texto abajo: Cica

Texto: Anna



Sábado 11 de abril

Hoy me he levantado y he hecho café. Beni estaba en el balcón tomando el sol. Le he dado medio café y el tarro de leche condensada. Hemos tomado café y un poquito el sol. Ha tardado un rato en irse, pero cuando se ha ido hemos tenido que entrar porque hacía frío en la sombra.

He cocinado unos macarrones como los que cocinaba mi abuela: con salsa de tomate y bechamel. El problema es que ella los gratinaba y yo no tengo horno. Por eso he decidido poner queso rallado en el fondo de una olla, en la base, y encima del queso rallado los macarrones mezclados con la salsa de tomate y la bechamel. Una guarrada, vamos, pero a mi hacía días que me apetecía comer los macarrones de mi abuela. Después he puesto la olla encima del fogón eléctrico (que no sé quién lo inventó, pero qué mala baba tuvo). Me he puesto a mirar por el balcón mientras me comía una tostadita con queso, me he terminado la tostadita, me he girado y he visto que salía una fumata blanca de la olla. Quemados. Se ha quemado la parte de abajo y el resto se ha salvado, aunque más acertado sería decir que se ha salvado el aspecto, el sabor era infernal, quemados como si hubieran pasado por el infierno. Beni ha dicho que sabía a ahumado, pero yo sé que lo decía por animar, o eso o es que sus papilas gustativas están de capa caída.

Después de comer, bien tarde por la tarde, he colgado el diario y lo he publicado en Facebook. Beni se ha ido en ese momento.

He hablado un momentito con Cica por whatsapp, le he preguntado si quería escribir en el diario. Por suerte me ha dicho que si.

Sobre las nueve de la noche he hecho tele-llamada con Marc y hemos jugado al Trivial online (cómo si no?). Hemos quedado empates, aunque no nos hemos fijado mucho en quién ganaba, no iba de eso, iba de matar el tiempo de la manera más tonta posible respondiendo algunas preguntas un poco al azar.

Como quería hacer ver que hoy es un sábado normal y corriente, he puesto la Sexta Noche, el programa de la televisión de España que veo algunos sábados cuando me quedo en casa. Me he hecho un frankfurt para cenar, un frankfurt de pollo para más inri. Me he vuelto a despistar, igual que con los macarrones y el frankfurt se ha hecho demasiado y se ha roto, pero esto no me ha importado, está igual de malo poco hecho o muy hecho. Para acompañar me hecho puré de patatas de bolsa, por fin de bolsa.

Ahora estoy en el sofá escuchando la Sexta Noche y escribiendo esto. Cuando termine de escribir esto no sé si seguir viendo la Sexta Noche, ponerme a leer, ver una peli o hacer una video-llamada con alguien y tomar una cervecita. Para esta última opción creo que se me ha hecho un poco tarde, quizá pueda hablar mañana con alguien, que el lunes también es festivo, y hay que celebrarlo.

Creo que me quedo viendo la Sexta. Ya me he enganchado.



Sábado, 11 de abril de 2020, por Cica:




La noche

Hoy es sábado, pero podría ser cualquier otro día. ¡Con lo que a mi me gustaba despertarme los sábados por la mañana! Bueno, no todos, algunos eran terribles debido a los excesos de las noches de los viernes, y otros ni tan siquiera existían, precisamente por dichos excesos. Pero hoy me he levantado con otro tipo de resaca: la causada por los inquietantes sueños que me acompañan cada noche desde hace algunas, en esta pesadilla del confinamiento. Me he despertado como cuatro veces, igual en cada fase REM, sudando, con la vejiga cargada y con el deseo de que cambien los personajes y el argumento de mis siguientes desafortunadas pesadillas. Suelo soñar con frecuencia que salgo a la calle sin mascarilla, voy a bares, abrazo a conocidos y desconocidos y me siento como un malote de la resistencia que teme ser descubierto por algún secreta cortarollos. Esta noche, sin ir más lejos, me encontraba en el Ramón, con no sé quién, apunto de pedir un pulpo a la gallega, mientras un camarero irreconocible corría unas cortinas inexistentes desde el interior y nos llamaba a la calma. Luego, y como suele suceder en los sueños, se cambiaba la localización, y un ser, desconocido también, me incitaba a entrar en un congelador enorme, de esos que tiene en su garaje la gente que vive en urbanizaciones, argumentado que es mejor pasar la cuarentena así, y que con una mantita se sufre menos hasta el final del proceso. Y cuando sigo sus despiadadas instrucciones y entro en el cubículo, cierra la tapa y me despierto. ¡Menuda mierda de sueño!. ... Pero son las 9 y creo que ya es hora de dejar de sufrir en la cama, en esa postura horizontal que tanto me tortura últimamente.

La mañana

Me dirijo a la cocina y me encuentro a Nina sentada en el sofá; sorprendentemente se ha despertado antes que yo. Preparo dos bocadillitos de cecina (aunque Lidia aún duerma), me exprimo un zumo con dos naranjas y hiervo agua para un té verde con jengibre y no sé qué mierdas más. Nina se prepara su leche con ColaCao, tres galletas Príncipe y un vaso de agua fría. Desayunamos juntos; Martí y Lidia aún duermen. Enciendo el ordenador, miro el correo, hago una tarea de un curso de formación y despierto a Martí. Son las 11… ¡ya son horas!. Lidia lleva un rato remoloneando en la cama. Martí desayuna y le digo que antes de encerrarse en su cueva con el ordenador, debe hacer algo de deberes de inglés. Accede de forma asertiva y Lidia pone una lavadora. Tenemos que ir a visitar a José Mari, que está malito en casa, no de COVID-19, que ya lo pasó sin enterarse, sino del corazón. Le llevaremos unas lentejas cocidas con jamón y zanahorias (receta de Mirian) y unos fideos a la cazuela que cociné la tarde del viernes. Lidia le cortará el pelo y le ayudaremos a cambiar la funda del edredón, que hacerlo uno solo es un coñazo. Saldremos de casa como dos desconocidos, perfectamente equipados con sus máscaras y guantes. Acudiremos a su casa en tempos diferentes, cada uno con su bolsa reutilizable: la mía de Aqualeón, la suya de caldos Aneto.

El mediodía

Salgo a la calle sobre las 13:00 horas, Lidia lo hará un poco más tarde. Hace buen día, solete y calor. La calle está muy concurrida, nadie diría que estamos en período de confinamiento si no fuera porque la gran mayoría de tiendas están cerradas. Entro en el Condis para comprarle a José Mari media docena de huevos, queso sin sal, una barra de pan y cervezas fresquitas para nosotros. Refrigeradas solo quedan dos packs de Heineken, mecagüendios porque me saben a pegamento Imedio, pero cojo uno de ellos. Pago y me voy. Llevar la mascarilla es un puto rollo, la mayoría de gente que pasea perros no la usan. Pienso que son seres humanos superiores, que la elección de tener esa mascota les dignifica y que juegan en otra liga. ¡Con las veces que había argumentado yo las ventajas de tener un gato!: “Que si no los tienes que sacar a la calle en invierno temprano, ni recoger sus mierdas tiernas”; “que si son más autónomos”; “que si no te babean ni te traen microbios de la calle”.... ¡Lo que daría yo ahora por tener un perro y pasearlo por la Avenida Mistral tres putas veces al día!

En el Mercat de Sant Antoni hay colas eternas para entrar, como en la Casa Ametller, el Consum, el Lidl, el Bon Preu… No entiendo porque la gente no utiliza el viejo truco de ir a comprar a la hora de la siesta, a mi me ha dado ciertos resultados satisfactorios. Llego a Els 3 Tombs y me vuelve a sobrecoger la imagen de ver ese emblemático bar cerrado de día. Joder, ¡lo que daría por tomarme una caña en ese o en otro bar! Entro en Sant Antoni Abad y a la altura del Choudry, delante del estanco, escucho esta conversación entre dos vecinos del barrio “enmasacarados”

- Joder nen, ¡qué caras se han puesto las mascarillas!... - ¡Ya te digo!, yo las vendía a 1.50 euros, me las conseguían de la Vall d’Hebron. Flipo relativamente y llego en pocos minutos a su casa. Abro la puerta con el juego de llaves que poseemos y me alegro de verlo con mejor cara y más animado, ¡lo que nos ha hecho sufrir el muy cabrito la última semana! Hago un unboxing de las proezas conseguidas en el Condis y enseguida llega Lidia. Improvisamos un vermut con las “verdes”, unos berberechos y unas olivas para nosotros; un poco de pan con tomate, queso sin sal, jamón dulce y una copita de vino blanco para José Mari. Estamos contentos de vernos, y José Mari hace videollamada a Martín, uno de sus mejores amigos, que vive en Zurich, y aparece en la pantalla, como siempre, sin camiseta. Brindamos y decimos paridas. Luego hacemos lo mismo con Itziar de Madrid; nos enseña su pollo asado y a Macarena saltando en una colchoneta instalada en su jardín. Es como una minifiesta clandestina y fugaz, y a lo tonto ya llevamos dos quintos. Cambiamos la funda de su cama y Lidia le rapa el pelo. Son ya las dos y tenemos que volver a casa. Le damos dos besos, hacía tiempo que no nos despedíamos así, ¡qué cosas!... Decidimos tomar caminos distintos para llegar a casa. Tenemos las lentejas para comer, y de repente veo una charcutería abierta en Floridablanca y se me mete en la cabeza que los niños se tienen que comer unos libritos de segundo. Entro y pregunto si tienen, me dicen que no, pero que me los pueden hacer. Me espero, los pago y llego a casa.

Son las 14.30 y comemos con las noticias de TV3, no sé por qué cojones tenemos la manía de comer con la tele puesta y, en concreto, con las noticias, si nos ponen de la mala hostia o tristes. Pero es irremediable la tentación de saber cómo evoluciona la jodida pandemia.

Acabamos de comer, lo recogemos todo y me desmayo en el sofá.

La tarde

Me despierto sobre a las 16:30, Lidia no está, se ha ido al Consum a hacer la compra. Nina mira Netflix en nuestra habitación y Martí juega a Fortnite en la suya. Tengo un Meet con una alumna de bachillerato a las 18:00, y hasta entonces ocupo el tiempo duchándome, comiendo pipas y whatsappeando. En el chat que tenemos con Mirian empezamos a recordar lo último que hicimos antes del confinamiento: mi última birra fue en el Balabar, el último disco que compré en el Unknown Pleasures (uno de los Jesus & Mary Chain, en Edimburgo con mis alumnos, antes de la hecatombe), la última vez que nos fuimos de cañas juntos fue en la Llar de l’Anxova y mi último concierto el de Los Punsetes en el Cara B (Lidia y ella vieron a Fernando Alfaro juntas cuando yo aún estaba en Escocia). Pienso una vez más en el último disco de Los Punsetes, que lleva por título Aniquilación, con esa portada en la que se ve una sillita con una ventana y colores rosa pastel alrededor. Y pienso en “Seres humanos” y me convenzo a mi mismo de que son unos visionarios. Yo que pensaba que se iban a separar… ¡y los que nos vamos a acabar separando somos todos nosotros! Escucho el disco a ver si tiene algún mensaje más profético y/o encriptado.

A las 18:00 hago una videollamada a Martina, la alumna de bachillerato a la que tutorizo el Treball de recerca. Su investigación gira entorno a la influencia de la cultura antibelicista y el movimiento hippie en el cine de los años 60-70. Le encanta Pink Floyd y David Bowie y nos pasamos una hora hablando sobre el Free Cinema, la Nouvelle Vague, Allen Ginsberg o Kerouac. Quiere realizar una producción audiovisual y teníamos una co-tutora en la Filmoteca. Me lamento de que esta mierda de situación interfiera en todo su potencial creativo. Me dice que ella también sueña cosas raras.

Son las 19:00 y Lidia llega cargadita del Consum. Ha traído quintos, todo en orden. Decidimos cenar burgers, las primeras de nuestro confinamiento.

El final del día

Cenamos las burgers, en nuestro caso la guarnición es una ensalada, en el caso de los niños se trata de judías verdes con patatas. Decidimos ver juntos algo en Netflix y optamos por The Rain, esa serie apocalíptica danesa. Vibramos con el primer capítulo y no paramos de comentar escenas y decir paridas sobre los hermanos protagonistas. Pasamos un buen rato juntos, pero ya es hora de ir a dormir.

Confieso que estirarme en la cama no me produce el mismo placer que cuando todo iba bien, y me cuesta la vida conciliar el sueño. He retomado las memorias de Stuart David, el que fue el primer bajista y cofundador de Belle & Sebastian. Voy por el capítulo 9, en el que explica que de repente coge una gripe y Stuart Murdoch le lleva a casa un recopilatorio en una cassette con bandas tan alucinantes como Young Marble Giants, Felt, Everything But The Girl o Stereolab. Eso en la cara A, en la B el Hippopotamomus de Momus. Me hago una playlist en Spotify con el mismo título que le puso Murdoch: Bowlie Compilation. Murdoch denominaba Bowlies a los que acudían a sus conciertos cuando ni tan siquiera se llamaban Belle & Sebastian. Eran modernillos que vestían ropa de charitities y tenían la apariencia del “raro de la clase”. Un poco como nosotros, vamos. Lidia creía que no iba a encontrar todas las canciones del recopilatorio, pero sí. Y orgulloso de mi irrelevante hazaña, apago la luz de la mesita, con la esperanza de no volver a padecer esos sueños que me torturan de manera recurrente.

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