Ha vuelto, sí, ha vuelto. Señoras y señores, con todos ustedes, Rose Kennedy. Nada más qué decir.
Texto abajo: Rose Kennedy
Texto arriba: Anna.
Domingo 29 de marzo
Me acabo de acordar de que hoy he soñado que veía a mi perro, me sorprendía mucho verlo, cómo podía ser que lo viera tan claramente, estando él muerto. Un experto en la materia (en qué materia?) me aclaraba:
-A veces sucede, a veces tienes tantas ganas de ver a alguien, que te imaginas que lo ves y parece real, muy real. Eso son las ganas que tienes de verlo. El escenario en el que veía a mi perro era la galería de la casa de mis abuelos.
Me estoy bebiendo un café. Acabo de leer una entrevista a una prostituta de Hamburg sobre cómo le está afectando la crisis. Ayer me bebí todas las cervezas que había en mi nevera. Me fui a dormir tarde y me he levantado tarde. Ayer fue el cambio de horario: a las 2 eran las 3, abracadabra pata de cabra dibidibadidibú.
18:13
Acabo de ver en una story de Instagram de Ani: Elsa y su novia han hecho una visita a Giorgio y Ani. En la foto aparecen ellas abajo en la calle saludando, con máscaras.
El otro día vi a un chico hablando desde la calle con alguien que se asomaba a la ventana del primer piso. Cuando lo vi me pregunté si aquello era una visita marcada por las nuevas normas de la cuarentena, o si sólo era casualidad que hablasen de aquella manera. Ahora, al ver la foto de Elsa hablando con Ani, una en la calle la otra en el balcón, me he acordado de aquella escena.
Estos días pienso a menudo en los pasados meses de invierno: no tenía ganas de vida social, solamente me apetecía estar en casa. Ya me lo dijo Iñaki el otro día: “segur que estàs encantada amb la cuarentena tancada a casa amb el Beni”. También lo pienso yo, en realidad no está tan mal estar encerrada en casa. Me pregunto si tendría ganas de salir si todo fuera normal.
Hoy no tengo ganas de ver a nadie.
23:37
La semana ya termina. Valoración de la semana: negativa.
Esta tarde he hecho yoga delante del ordenador. Algo que hago a menudo aunque no haya confinamiento. Prefiero hacerlo sola en casa que apuntarme a un lugar, con desconocidos. Nunca digo esto de que hago yoga en casa, me da vergüenza. Pero ahora es distinto, ahora hay mucha gente que debe estar haciendo yoga en casa, porque no le queda otra.
Después de hacer yoga he cenado. Y ahora estoy viendo la televisión de España y a la vez hablando con Marc por whatsapp. Perdiendo el tiempo, básicamente.
Estoy angustiada y creo que hoy no me voy a poder dormir hasta las tantas.
Tengo jetlag del cambio de horario.
Mañana es el cumpleaños de Grete. Entrar en la cuarentena, en cuarentena. No podía ser más adecuado.
Domingo 29 de marzo, por Rose Kennedy:
Me despierto a las seis de la mañana pero estoy sólo en la cama. Nael ha venido a vernos por la noche (lo hace mucho) y Aby se ha ido a dormir con él.
Voy al comedor. Desde la ventana se ve la torre del hotel Ivoire, al borde de la laguna. Detrás de la laguna están los rascacielos de hormigón del Plateau, el bullicioso barrio administrativo de Abidjan.
El Plateau está dormido los domingos, y más dormido aún desde que han decretado el toque de queda y se ha prohibido toda actividad comercial y de restauración en la ciudad.
Abro Worldmeter y verifico el número de casos en Costa de Marfil: 101 por la mañana, 165 al escribir esto. No va a parar. Es como estar sentado en la playa esperando a que llegue la gran ola.
Me acurruco en el sofá. Me duermo y sueño. Sueño que es un día cualquiera y yo voy al Plateau. Aby, arreglada, se apura para compartir un taxi conmigo. Cuando llegamos, ella se va a sus cosas y yo a las mías. Entre los rascacielos me encuentro con Charles David y el Plateau ahora es una ciudad americana.
Charles y yo estamos desayunando en un hotel, el Seen de Abidjan. Yo estoy muy contento de verle y le digo 'ya he vuelto, ya he vuelto a la ciudad' y cuando digo eso siento la emoción en mi entrepierna, y en mi estómago, porque estoy contento y enamorado.
Me despierto pasadas las 8, sobresaltado, pastoso y pensando que la vida es un tránsito raro, pero que, a diferencia de lo que decía en el sueño, no se vuelve. Me siento un poco culpable también. A menudo me siento culpable. Culpable por ser, o por no ser.
Me hago un café y abro Facebook: escribo a un grupo de gente y sólo me contesta Jose Manuel Duarte. Su madre está bien.
Luis Doncel me llama y me dice por teléfono que el coronavirus te deja sin olfato. Por Dios: 2020 y un virus que te deja sin olfato. Es todo ciencia ficción británica.
Nael irrumpe en el comedor llorando mientras estoy al teléfono. Nael siempre se levanta llorando. Le hago de desayuno un Cola-Cao con un pan enorme con forma de cocodrilo que le he comprado en la panadería. Le gustan mucho los cocodrilos.
Durante el resto de la mañana intento concentrarme en una práctica del master mientras escucho el podcast Deforme Semanal Ideal Total de Isa Calderón y Lucía Litjmaer. Bueno, escucho el Podcast por un oído, porque por el otro tengo a unas ardillitas chillonas que hablan en inglés que Nael ha puesto en mi móvil. No me gusta dejarle el móvil, sólo tiene tres años, pero no puedo ser Don Pimpón toda la cuarentena.
Lucía Lijmaer pone una canción de Sandro.
Oh, Sandro.
***
Son las 12, y yo de verdad que ya no puedo más con las ardillitas.
Para librarme de ellas y distraer al niño conecto en la tele una cosa de niños del Atresplayer Premium. Sale un muchacho amanerado haciendo manualidades. El chico habla con un muñeco hecho por ordenador, pero todo sin ninguna gracia. A los dos minutos, Nael ya ha visto bastante, y se rebela acaloradamente.
Ahora dice que quiere ver cerdos.
Generalmente, intento combinar sus intereses con los míos aunque sea para no desarrollar epilepsia por esos videos 3D de colores tan chillones que ve. Como la cosa va de cerdos, le pongo los tres cerditos de Disney, el corto de 1933.
La jugada sale bien. Durante un buen rato mi hijo es un lobo feroz que sopla y sopla por toda la casa. A Nael le encanta soplar. Apaga velas y celebra pomposamente su cumpleaños varias veces al día.
Al lobo feroz y a Walt Disney le voy a deber el placer de haber escuchado a mi hijo decir por primera vez en su vida una frase entera en castellano:
¡Abre la puerta!
¡Abre la puerta!
Me siento orgulloso con orgullo de padre. Mi idioma es lo mejor que voy a dejarle.
***
Durante toda la mañana Aby ha estado tirada en un sillón leyendose 'La vida ante sí' de Romain Gary, ignorando prodigiosamente las ardillitas, los cerditos, las manualidades de Antena 3 y los soplidos de su hijo.
Aby y yo nos conocemos desde hace cinco años y tenemos un niño de tres, pero nunca hemos pasado tanto tiempo juntos como en esta cuarentena.
Ya no tengo ninguna selva a la que volver, ni siquiera una oficina a la que ir. Ha hecho falta una cuarentena para que viva en mi casa.
Estamos aqui, los dos juntos, por tiempo indefinido, discutiendo sobre lo que vamos a cenar hoy.
Y la verdad es que estamos bien, aunque se nos acaben las cenas.
***
Ya es por la tarde y me pongo a hacer una masa de croquetas. Me gustan las croquetas, pero odio hacer croquetas. Odio hacer la bechamel, que encima engorda muchísimo, y odio empanar, sobre todo cuando lo hago bajo la mirada de la hermana adolescente de Aby, que me mira cómo si me estuviese examinando del carnet de manipulador de alimentos.
Además ya no como carne, así que nunca sé de qué hacerlas. Termino por echarles guisantes, champiñones y huevo duro. Cómo hasta a mi me parece una majadería de relleno reservo algunas para hacerlas con jamón, cómo debe ser.
Las dejo metidas en la nevera para freirlas después y me voy a ver la serie de la Veneno a la habitación del niño. Luego me visto para salir a correr. Abidjan está vacío y silencioso. A la vuelta hago 50 flexiones en la acera y subo a casa. Me ducho y frío las croquetas.
Para mi sorpresa, han salido bastante buenas: la masa es cremosa, el empanado consistente. No le gustan a nadie, pero eso no me sorprende.
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