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SETENTA Y CINCO

La Invitada de Hoy es Thaïs Quadreny de La Quiero Viva feat Fera. Sábado de desconfinamiento en la calle Aribau. Thaïs es, además, la autora del dibujo en el relato de Daniel Balaguer del diario de confinamiento y endogamia.

Texto abajo: Thaïs

Texto arriba: Anna



Sábado 30 de mayo

Hoy ha sido un día corto.

Nos levantamos tarde, y no sé por qué tan tarde, si ayer no nos acostamos a las mil. Fuimos otra vez al Club Corona, que es como le llaman los amigos de Benny a la reunión semanal de los viernes en la casa más bonita del mundo.

No voy al cumpleaños de Sebastián, lo decidí el lunes pasado, cuando no sabía si tenía corona o no. No quiero ir a un lugar en el que hay mucha gente y todo el mundo te saluda con un abrazo. Me pregunto si mi decisión es racional. No sé la respuesta.

Antes de que cierre el súper, a última hora, salimos a comprar. Benny propone cocinar algo rico. Y así es, cocina un arroz que me recuerda al arroz que cocina mi madre. 10 sobre 10.

Nos vamos a la cama y vemos una película danesa que, al contrario de este día, es muy larga.


Sábado 30 de mayo, por Thaïs Quadreny:

Amanezco en el sofá-cama del salón donde he pasado los últimos tres meses de mi existencia, calculo que será ya la quinta de mis vidas felinas. La casa de mi madre ha sido una especie de nido o cápsula espacio-temporal donde hemos convivido tres adultxs contándola a ella, a mi y a mi hermano gemelo. Ha sido un largo dejavú de adolescencia del que, por suerte, hemos salido más sabios y vivxs. También he descubierto que no siento nostalgia de tiempos pasados, tengo ganas de abandonar la adolescencia larga que he vivido hasta ahora, volver a mi casa y exprimir con plenitud la libertad y la responsabilidad de lo que venga asumiendo los riesgos y dolores del verano de mi vida. Tengo ganas de saltar a lo desconocido, estoy cansada de juegos para críos.

Me levanto, desayuno fuerte: huevo, tostada, aguacate, yogur con fruta y nueces. Me estiro. Hago limpieza de espacios comunes, saludo a los tres gatos de la casa y celebro el brillo impecable del suelo que acabo de fregar con un cigarrillo en el balcón que da a la calle Aribau. Ni un ruido en la calle. Escucho los pájaros sabiendo que este silencio limpio, el ruido de los árboles, el ladrido lejano de los perros... no ha de repetirse muchas veces.

Entro en la ducha, me gusta que esté ardiendo al principio, la dejo enrojecerme la piel y termino con agua helada. Agujitas de hielo. Noto la tensión en los músculos, la distensión de mi estado de ánimo. Me espabilo.

No quería desatarme todavía estos días después del encierro, pero he acabado saliendo mucho. Me apetece prestar atención a la gente que quiero, escucharlos, distraerme con ellos, ver que todo sigue donde lo dejamos. Los he añorado. Hago repaso: día 1 de la fase 1 jueves, fiesta en la terraza de Nicol con la familia elegida que ha compartido mi tiempo en esta cuarentena. Francesc y Jose, Carliños, Nicol y Dani y también Ana, Jelen, Lynn y unos cuantos semi-desconocidos que me alegran el día. Antes era más díscola. Ahora no entiendo una vida sin la alegría ruidosa de otras vidas cruzándose con la mía.

El viernes salí con mi hermano a dar una vuelta y al separarnos, cerca de Sants, me acerqué a saludar a Nuria, la tarde se convirtió en noche haciendo música y luego en madrugada. Adoro perder la noción del tiempo.

Hoy me preparo para reunirme con Zaida, una exnovia que es, más que una exnovia, una de mis personas favoritas.

Salgo a hacer deporte con mi hermano después de comer, subimos a Collserola, está lloviznando.

Pienso en cuánto voy a echar de menos los paseos nocturnos, las escapadas a la montaña que toca con el barrio de Sant Gervasi. Tiempo detenido en algún punto, tiempo sin velocidades, tiempo sin aspiraciones ni deseos. El placer del tiempo por el tiempo.

Quedarse encerrada tres meses con tu familia puede parecer la peor pesadilla de una adulta independiente e inquieta. Sin embargo la ecuación ha tenido efectos insospechados. Nosotros, que tan distantes habíamos estado estos últimos años, nos hemos convertido en buenos amigos.

Pero hay que volver, la vida sigue y me llama, aunque sé que esta vez nos hemos acercado sin reserva para el resto de nuestras vidas.

Son las 6 y estoy nerviosa, vuelvo a ducharme, pienso en que no tengo ropa decente a mano, soy presumido. Sólo traje un par de pantalones y camisetas, unas botas negras, unas deportivas gastadas, con eso me ha bastado este tiempo.

Da que pensar...

Combino un par de piezas con maestría ninja, me pinto la raya de los ojos y salgo.

Subo hacia el Mercat de les Flors en bicicleta, me despeina las ideas, la bicicleta, me enciende los ojos ver la ciudad desnudarse sin reparo, pasar rápido mientras pedaleo. Calles, gente, trozos de conversaciones, semáforos y barrios.

Barrios de esta ciudad que adoro aunque me vuelva loca, como una amante a la que no puedes dejar de querer con locura.

Y a la que vuelves, a la que vuelves siempre.

Subo Poble Sec y de pronto un pinchazo en el pecho. El corazón se me desboca cuando pienso en lo cerca que estoy de casa de Elena, me da miedo encontrármela. A mi, que lo único que temo en esta vida es al miedo.

Cuatro meses y una ruptura, una cuarentena de por medio y estos tiovivos que he pasado intentando entender lo que siento... Acelero y por fin atisbo la terraza donde hemos quedado. La cabecita pelirroja de Zaida, los colores rojo y rosa que ha elegido para combinar su ropa, imposibles, le quedan como un guante. Sonrío. Nos abrazamos, nos miramos largamente a los ojos y sé que tenemos mucho que contarnos. Y sé que esta noche tampoco he de volver pronto a casa. Porque tengo (tenemos) unas ganas de vida Que lo pueden Todo. Fin.

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