La Invitada de Hoy es Maria Eugenia Rojas, también conocida como Maru. Nos relata su sábado en la decima semana de cuarentena. Desde Berlín.
Texto abajo: Maru
Texto arriba: Anna
Sábado 23 de mayo
Hoy es la fiesta de Jordi en el parque. Empieza a la una. Me levanto cuando la fiesta ya ha empezado. Beni ha ido a comprar desayuno, se muere de hambre. Yo, de sueño.
Le mando un mensaje a Jordi para decirle que en cuanto acabe de desayunar vamos para allá.
El camino hasta la fiesta es una odisea. Tengo que pasar por una farmacia. Cuando conseguimos encontrar una farmacia de guardia, entonces necesito un lavabo. Por fin encontramos una panadería donde pueda ir al lavabo y, de paso, comprar una botella de agua.
Cuando salgo de la panadería, todo listo. Se pone a llover. Nos resguardamos de la lluvia hasta que cesa (aquí llueve a menudo, pero no dura mucho). Llegamos por fin a la fiesta. Ni un centímetro de separación entre los invitados. Se acerca Diego a saludar. Todo son abrazos y besos.
Y comida y bebida.
Jordi me ha concedido el honor de dejarme poner música. No me lo puedo pasar mejor. Estas últimas veces que he salido, cómo he disfrutado. No sé por qué me quejo de Berlín, si aquí me lo paso teta.
Hasta que oscurece y me entra el hipo. La mitad de la fiesta se ha ido. Beni y yo nos vamos también. Llevo una hora con hipo, a pesar de los consejos de Flavia de beber el vino al revés, a pesar de los consejos de Fran, de beber el vino al revés, a pesar de los consejos de Mireia, de beber el vino al revés.
Nos vamos. Nos vamos y qué bien me lo he pasado.
Sábado 23 de mayo
¡Vaya suerte! (léase con sarcasmo). De todos los espléndidos días pasados, gracias a mi burbuja privilegiada de vivir en Alemania durante esta pandemia (soy de Chile. Allá la cosa está terrible. La gente tiene hambre y el estado le reprime. El gobierno censura, entrega engañosas cifras y toma decisiones con la mano en el bolsillo. Ay, mejor no sigo que me entra la rabia.) ¿Dónde iba? Ah, claro. No puedo creer que de todas las situaciones vividas (me disculpo de antemano por el desorden de ideas. Una buena amiga siempre me recrimina que para contar algo, que llamaré A, paso primero por B, C, D, luego regreso a B y finalmente entrego el mensaje que quería transmitir, es decir, A. Me dice que "me voy por las ramas", y cada vez que comienzo a narrarle algo me interrumpe [le encanta interrumpir] preguntando "¿Esto es una rama o es la historia?". Le contesto que es una rama. Me pide que por favor pasemos a la historia. Le respondo que sin las ramas el relato pierde su gracia. Me lo concede). Como les decía, me parece muy desafortunado que de los casi tres meses desde el inicio de la crisis, donde la mayoría de los días se han desarrollado de manera entretenida con interesantes personajes, haya venido a inscribirme en el blog de Anna justo cuando nada pasa. Lo único que tenía programado era participar gran parte del día en un seminario (al cual debía asistir obligatoriamente por temas burocráticos [obvio, como les dije, vivo en Alemania] relacionados con mi trabajo en un Kindergarten), el cual debido a la emergencia sanitaria había sido suspendido y reagendado para esta fecha.
Inicié el día despertando sin quererlo a eso de las 6:00 AM (mi alarma estaba puesta a las 8:15, pero a mi mente le encanta despertarse más temprano y permanecer activa sin importarle que el día anterior la dueña de esa mente tuvo la ocurrencia de ir con dos amigas a beber una cerveza [jamás es una. El concepto "una cerveza" es inexistente en mi vocabulario]), y permanecí mirando el cielo blanco de la habitación hasta que finalmente decidí levantarme. Preparé mi desayuno y me propuse hacer al menos diez minutos de yoga antes de salir, y así no sentirme tan mal por el consumo excesivo de alcohol del día anterior. Lo logré. Me duché y corrí a tomar el metro para llegar puntualmente. Me sorprendí al encontrar en lugar de un establecimiento educacional un edificio de vivienda común y corriente. Un residente que venía entrando con sus compras me abrió la puerta, subí escaleras que parecían interminables (¡Quién me mandó a fumar tanto ayer!) hasta el tercer nivel y al llegar me recibió la esposa del orador, Clementina. Amablemente me indicó que podía quitarme los zapatos (me alegré tanto de estar descalza), coger una toalla pequeñita y lavarme las manos. Añadió que no era necesario estar con mascarilla dentro de la casa (nuevamente me alegré. No puedo respirar bien con la mascarilla y eso me desespera), y me señaló la ubicación de la sala. Ahí estaba Peter, con quien había telefoneado para gestionar la inscripción. Es tan curioso conocer en persona a alguien que sólo habías oído y descubrir si la representación que habías formado se asemeja a la realidad o no. En su caso, el tono de voz le corresponde totalmente a la imagen: un austríaco de alrededor de setenta años, súper carismático, estilo abuelito tierno, con guata (panza) cervecera y cabellos grises-blancos. El cuarto estaba cálidamente iluminado por la luz proveniente de dos ventanas altas que daban a la calle Südendstrasse, que al no ser tan transitada, permitía escuchar a los pajaritos. Las paredes tapadas con estantes de tres metros rebosantes de libros y fotos. En el centro de la habitación había una gran alfombra y sobre ella una mesa de madera. Alrededor de la mesa estaban nuestras sillas (éramos cinco participantes) separadas con amplia distancia la una de la otra y al costado de cada silla una pequeña mesita donde descansaban un posavasos y un bloc para tomar apuntes. El famoso Peter, director del seminario, habló "hasta por los codos", como dirían mis padres, y no podía controlar el sueño invasivo y la monotonía de ver los minutos pasar tan lentamente en el reloj sobre la puerta. Batallando mentalmente contra el aburrimiento, me vino de golpe la idea del enorme privilegio que significaba estar ahí en una clase presencial considerando el contexto actual. Tengo amigos profesores y estudiantes que en estos momentos están realizando sus clases de manera online, y estoy consciente de lo duro que es vivir las drásticas limitaciones en el proceso de enseñanza-aprendizaje a través de una pantalla, un teclado y un micrófono. Volví a concentrarme en lo que decía Peter y a estar presente pese al agotamiento. Terminamos la clase, me despedí cordialmente, me puse mis zapatos y partí a casa. Nos alcanzamos a cruzar con Edu, mi amigo y compañero de piso, quien iba a un cumpleaños. Me preguntó si quería ir y le dije que no. Estaba súper cansada y honestamente quedarme en casa leyendo y viendo series en Netflix me parecía el paraíso mismo. A eso de las 20:00 regresó y nos acompañamos con una linda conversación. Él andaba motivado con ganas de salir, yo no. Estaba muerta, así que decidí acostarme y tomar un té "sweet dreams". Pensándolo bien y ahora que culminó el día, sí que lo quiero añadir a la lista de momentos lindos en tiempos de corona.
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