El Invitado de Hoy, Jordi Llobet, nos relata con un cómic cómo fue su día jueves, tercero de cuarentena. Todo un lujo sus dibujos.
Cómic: Jordi
Texto primero: Anna.
Jueves 2 de abril
Hoy me he tenido que levantar muy pronto, tenía que estar delante del ordenador a las ocho (hora a la que empezaría la clase en un jueves normal) para hacer los deberes que nos mandaran. Me he dormido y he llegado tarde a clase, aun así he podido entregar los ejercicios a tiempo.
He dormido muy pocas horas, ayer me quedé leyendo hasta muy tarde. Hasta las 5:30 más o menos. Sé que eran las 5:30, no porque lo mirase en el teléfono, sino porque a la vecina de arriba le suena el despertador en modo vibrador cada día a esa hora de la madrugada y, si estoy despierta, lo escucho. Brrrrrr Brrrrrr. Lo tiene en snooze, lo que significa que lo apaga y al cabo de unos cinco minutos aproximadamente vuelve a sonar. Brrrrr Brrrrrr Brrrrrr. Y así, hasta que al cabo de un rato se levanta, entonces escucho cómo abre y cierra los cajones: esos típios corredizos que hacen ese ruido al abrirse como de ruedas de carro, rrrrrnnnnn. Al cabo de unos minutitos de escuchar el amanecer de la vecina, me he dormido. Cuando me he despertado (un poco más tarde de lo que mi despertador mandaba), he escuchado cómo la vecina caminaba por la casa, parecía que estuviera haciendo una maratón por la casa. Me he acordado del vídeo que vi ayer en el Instagram de mi cuñado, en el que aparecen él y mi sobrina corriendo en el balcón. Mi vecina de arriba, si sale al balcón, no es para correr, sino para sacudir las alfombras.
Acabo de terminar los deberes, tengo otros por hacer pero no creo que consiga terminarlos hoy, pues he dormido muy pocas horas.
Me he tomado ya dos cafés. Me queda un largo día por delante.
14:45 Ya he comido y creo que voy a hacer una siesta, porque no me aguanto de pie. Aunque hay que decir que en casa se nota menos lo de haber dormido pocas horas. Cada día a partir de esta hora parece como si las paredes de mi cocina (donde paso la mayor parte del tiempo) empezaran a estrecharse. Puedo hacer muchas cosas para pasar el tiempo. Y las haré, pero con una desgana de fondo. ¿Qué haremos si el mundo entero entra en depresión? No habrá Prozak para todos. Aunque si tengo que elegir, prefiero quedarme sin Prozak que sin respirador. ¡Qué cosas de pensar, nena! 18:34 Desde mi cocina, a través de la puerta del balcón veo ahí en frente, a lo lejos, a dos chicas que miran por la ventana, se tapan con una manta y miran con mucho interés hacia la calle. No sé ve muy bien desde aquí, pero juraría que ríen mucho y que se lo están pasando la mar de bien. ¿Qué deben estar mirando? Ya no están. Acaban de desaparecer de mi vista y la ventana esta cerrada. Hace poco que me he levantado de la siesta. Ahora me acabo de comer unas patatas de bolsa con sabor a rueda, de esas que le gustan tanto a Giorgio, unas galletas Tuc y un vasito de cola. Ahí, alimentándome. Y ahora qué toca? ¿Quizá podría bailar un vals. Resumen de las últimas horas del día: Mi sobrina hace video-llamada múltiple, pero ella no habla. Pone la pantalla en modo congelado, para que no la podamos ver, y le quita el sonido a su micrófono, para que no la podamos escuchar. Mi hermana mediana, mi madre y yo conversamos y de vez en cuando la llamamos “Júlia, què fas? Que no vols parlar amb nosaltres?” De vez en cuando, Julia aparece en la pantalla, seria, y no dice nada. Supongo que se habrá enfadado por algo en su casa y por eso se comporta así. Pero en el fondo pienso que la pobre está empezando a dar muestras sutiles de su desesperación por estar todo el día encerrada. ¿Saldrá de aquí una generación de niños que no van a querer pasar ni un minuto en casa cuando sean mayores? Por la tarde llega Beni a mi casa y vamos juntos al Lidl. No había ido desde que había comenzado la cuarentena. Aunque ya es casi la hora de cerrar, encuentro el supermercado vacío de gente y me sorprende, casi se podría decir que me sobrecoge. La gente respeta mucho las distancias. ¿Por qué en Lidl se nota más que en otros supermercados? Fenómenos inexplicables. Antes de cenar comemos queso y bebemos vino, como dos señoritos sin preocupaciones. Escuchamos a unos vecinos subir un trasto, como si estuvieran haciendo una mudanza. Hablan en español de América. Nunca había escuchado español en mi escalera. Se han parado en mi rellano, abro un poco la mirilla, lo justo para poder espiar sin ser vista. Me aparto rápido, creo que se nota un poco y, si van a ser mis vecinos, saben dónde vivo. Después de mi, se pone Beni a cotillear, pero él no lo hace en plan discreto como yo. Lo pillan y meten el dedo en la mirilla, por suerte que tiene cristal que si no, le sacan un ojo. Después del queso llega la cena. He comprado atún en Lidl, en la sección de comida para hacer barbacoas. En Lidl lo tienen todo dispuesto como si el fin del mundo no les afectara. Negando la realidad: sección de barbacoa y de conejitos de pascua. Nunca encuentro atún, así que he aprovechado para comprar. Cenamos atún y después de la cena seguimos con el vino. Escuchamos música, nos hartamos de Reggae y Ska. Este jueves no se diferencia en nada a otro jueves. Nadie diría que allá fuera hay un mundo entero encerrado en sus casas. El patio parece un agujero negro, todas las ventanas están oscuras, el silencio reina, si no fuera porque se que no es así, juraría que ninguno de mis vecinos está en casa. Nadie diría que allí afuera hay un mundo entero en cuarentena. Este jueves podría ser cualquier otro jueves, a excepción de que mañana no tengo que ir a trabajar y me puedo levantar a la hora que quiera. Suerte que la cuarentena no nos impide escuchar música. Ni beber vino. Qué suerte la nuestra.
Jueves 2 de abril, por Jordi Llobet:
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