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Anna TV

DIECIOCHO

Actualizado: 13 abr 2020

El Invitado de Hoy es el rey del pop-punk, el rey de los descarados, rey de reyes, que tiene labia para parar un carro. El maravilloso, auténtico, genuino Álvaro Sánchez.

Texto arriba: Anna

Texto abajo: Álvaro


Viernes 3 de abril Me levanto tarde. No me importa, ayer estaba muy cansada y hoy es viernes. Aunque estemos de cuarentena, en mi fuero interno hay diferencia entre un viernes, un domingo o un martes. La hay. Así es la vida, una suma de semanas, una suma de días,de lunes a domingo. Y a pesar de que se confundan los unos con los otros, porque cada día es igual y el paisaje nunca cambia, aun así, hoy es viernes. En mi casa cada día hay más bichos de estos pequeñitos que se comen la madera, ya no sé qué hacer para que no aparezcan más. Los barro y los echo al balcón, me da pena matarlos, aunque se parezcan (en mini) a las cucarachas repugnantes de Barcelona. Siento que con esta cuarentena lucho contra dos plagas: la de fuera y la de mi casa. Si no estuviera en casa, no podría dedicar tantas horas a echar a estos bichos. Gracias Coronavirus, ya te debo más de una. Aprovecho para barrer y fregar el suelo de toda la casa. Algo que no me ocupa mucho tiempo. Son las ventajas de vivir en un piso minúsculo. Y ya que estoy, aprovecho para cambiar los muebles de mi habitación. Mucho mejor ahora. Tengo que hacer unas cosas para la escuela, una cosa para los niños de mi trabajo y también quiero grabar canciones. Antes de todo esto, decido ir a dar una vuelta en bicicleta. No puedo más. Son las ocho de la tarde, todavía es de día, el sol empieza a ponerse. Recorro las calles de mi barrio con la luz del anochecer y no veo ni a un humano en la calle, por primera vez está desierta. Parece el apocalipsis. Qué bonito es Berlín. Qué bonita es la luz de Berlín. El frío, las nubes en el cielo azul grisáceo, las calles vacías. Blanco y en botella: el apocalipsis. Paseo terminado, suficiente por hoy. La lavadora termina, tiendo sábanas y toallas. Odio colgar sábanas y toallas, ocupan mucho espacio y encima no tiene gracia, por lo menos la ropa es algo bonito que me voy poner cuando este seco: pantalones, aquella camiseta que llevaba un siglo en la ropa sucia, calcetines, que siempre vienen bien... Toallas y sábanas, aburrido. Entrego unos deberes para la escuela. Hoy era el último día de entrega. La ley del mínimo esfuerzo debería llevar mi nombre. Me pongo el tele-noticias de la tv1 de fondo mientras envío los deberes por correo-e. Una vez entregados, sigo viendo el tele-noticias mientras como unas patatas de bolsa, unas aceitunas, en resumen, un pequeño aperitivito que me he preparado. Como los deberes que tengo que hacer a continuación requieren más atención, no los hago ahora, pues tengo otras cosas que hacer, como es por ejemplo perder el tiempo mientras tomo este aperitivo viendo el tele-noticias. Cenar no ceno todavía porque no tengo hambre. Ya cenare más tarde, hay tiempo. Levantarse tarde, hacer el gandul, cenar de madrugada, no saber qué día es, y que sea el súper mi único contacto con el mundo exterior. Como los del Lidl con sus ventas para barbacoas yo también niego la realidad: me estoy convirtiendo en algo parecido a un habitante de la casa de Gran Hermano.

De madrugada Lista de todas las cosas buenas que he hecho encerrada en una casa: -Las cenas/fiestas en casa de amigos de mis hermanas, cuando ellas ya tenían su 20 y pico y yo me estrenaba en el mundo de la noche -Las fiestas improvisadas en las tardes calurosas bajo el aire acondicionado en la casa de Iñaki -Todas las noches de romance de mi vida (las buenas) -Las fiestas de cumpleaños (y las de no cumpleaños) -Los viernes tontos de quedarse en casa, porque como en casa en ningún sitio -Las noche en que mi madre se quedaba viendo La Clave y a mi me dejaba quedarme dormida en el sofá -Las noches de pizza y peli en la habitación de mis hermanas porque venían invitados -Las cenas improvisadas y no improvisadas con los compañeros de piso -Los afters en casa con Karaoke -Ver Twin Peaks hasta la sobredosis



Viernes 3 de abril, por Álvaro Sánchez:


11:02

Me levanto tarde. La noche anterior cené pescado, creo que era bacalao, no le pregunté. El blanquito estaba buenísimo, ay madre.

Me hago un batido de plátano anímico con leche, yogur líquido de fresa y doncellas histriónicas y también un plátano. En realidad dos. Estaban en la nevera, ennegreciendo; ahora que se han hecho vintage, ya puedo engullirlos. Mi paladar es retro.

Me voy a hacer un té sano. Próximo objetivo: no tirar el tarro de miel de propóleo al suelo como hace dos días. Uso un truco: me echo miel de romero. Se me cae también. Objetivo cumplido.

Es broma. La miel no se me cae. Hoy no. Las suelas de las zapatillas bailan bajo mi pie y afuera, en la calle, no se ve ni Dios. Te acostumbras. Se acostumbra uno a cualquier cosa. Pongo las noticias, ya está bien de tanto cachondeo.

A algunas cosas es imposible acostumbrarse. Las noticias son difíciles de soportar. El mundo es un lugar difícil de soportar. Una chica valiente sale del infierno clamando “No podemos dejar morir a nuestros abuelos”. Apago la tele, mis ojos están rojos. Hay que seguir, tú tienes mucha suerte.

Tengo que hacer un recado en la farmacia y vuelvo rápido. Todo el mundo se mira espantado y huye de sí mismo.

12:15

Vuelvo rápido, lo de dejar el calzado fuera, desinferctarlo, etc., es un coñazo.¿Y qué coño hago con mi ropa?

De todas maneras, el mundo no, pero mi casa sí es un buen lugar para estar, aunque no tengo terraza, ni balconcito. Me ofrecen ver “Star Treck: Pickard”, qué coño es eso, en Amazon Prime Vídeo, pero yo no tengo Amazon Prime Video; supongo que por eso me lo ofrecerán.

Apago todo lo innecesario, y me pongo a escribir los créditos de mi próximo disco de Las Personas para Sebastián, que lo está diseñando. Se llama “Error u omisión”, y habla del despropósito, pero como algo bueno. Creo.

S. ha hecho una portada loquísima. Tengo muchas ganas de que lo saquen, aunque no sé si tantas como de rascarme los ojos. Desde que han dicho que hay que evitar rascarse he comenzado a hacerlo con asiduidad. Me pasa lo mismo con los condones, pero al revés. ¡Ay, los condones! Proyectados en la pared de casa de B., dibujando sombras chinescas idílicas imitando a Garcilaso y a los clásicos… A veces eran buenos, eso también es cierto.

12:30

Pongo música para acompañar mis tareas y suena “Dreams tonite” de Alvvays, gemita pop que ni los Motels. Me recuerda a una chica y al verano. Es una chica con la que no estuve nunca, y por eso la recuerdo siempre. Bueno, no es para tanto. En fin, me estoy empezando a hartar de mis contradicciones, de la gente que solamente anhela eso que no tiene, y que rechaza la felicidad que tiene en frente de sus narices y todo ese rollo cansino del columpio… Ahora es un buen momento para reflexionar sobre eso, pero tengo que quitar la música para no estropear la canción con mi reflexión. Luego la disfruto. Al pensar en ponerme a ponerme a reflexionar inmediatamente estornudo sobre mis dedos. No puedo quitar el cedé con mocos, por si contamino el cassette, así que lo quito con la nariz.

Me lleva un rato darle al stop con la nariz. Al mismo tiempo, el estornudo intenta deslizarse de mis dedos. Pienso en lavarme la mano primero, pero me jode seguir escuchando esta canción que me gusta tanto en un momento tan idiota e intento quitar el cassette primero. No lo consigo… “If I saw you on the Street/ Would I have you in my drems tonite”. Sólo queda medio minuto de canción. Decido disfrutarla y bailo con la nariz merodeando el cassette y la mano pringada… Me doy cuenta de que puedo lavarme mientras bailo, esto es fantástico. Finalmente, cuando queda medio estribillo, consigo darle al Stop con la nariz, pero no me he secado bien. La toalla estaba húmeda y dicen que la humedad también contagia el coronavirus. ¿Habré dejado estornudo en la toalla? He intentado que no. El dream pop no se merece esto.

12:32

Trabajo un par de horas, tengo una breve reunión por Skype con un señor que no sabe utilizar Skype y no nos entendemos nada. A ninguno de los dos se nos ocurre llamarnos por teléfono. La verdad es que me da igual. Como a deshoras.

“Satélite perdido/ un poder desconocido/ Levantarse tarde/ y comer sin desayunar”, esa es buena Marc, pero no va conmigo. Hay que desayunar tarde y comer tarde. Nunca es tarde para hacer las cosas tarde.

15:47

Arroz con verduras y pollo. Bien.

Las noticias durante la comida. Más de 10.000 muertos. Es tan fácil decirlo… Sobrecoge, mejor no pensar. Sale una reportera de Castilla y León. Silvia, es de Logroño, y fue mi compañera en los medios en 2005. Es de Baños, y se portó maravillosamente conmigo en el festival del chorizo de Baños, fuimos amigos un tiempo, no mucho tiempo. Sale de un hospital. Dios te bendiga por ser tan valiente Silvia, y por tu largo pelo oscuro lleno de luz blanca y tus ojos verdes y vivísimos de locutora magnética, de currela del periodismo vertiginoso y bueno que tantas veces machacan los listos idiotas. Cuenta que en Castilla y León han decidido dejar que una única persona acompañe a un enfermo de Coronavirus terminal, para que no esté solo. Ahora sí que rompo a llorar.

17:05

Recomiendan ventilar y abrir las ventanas aunque haga frío. Abro las de toda la casa.

La tarde pasa entre llamadas a familiares (con mi madre hablo muchas veces, y G. me manda unos vídeos muy divertidos de una manualidad para jugar a distancia echando carreras con un dado entre una chica y un gato), whatsapps que no respondo y memes absurdos de amigos y bastante teletrabajo aburrido. Muchas pantallas. Cuando todo esto pase, deberíamos quemarlas. ¿Pero qué haríamos ahora sin las puñeteras redes sociales? Las necesitamos. Nos necesitamos todos. Menos a los bichos esos hijos de puta.

20:00

Las ventanas llevan abiertas toda la tarde, así que hoy no se me escapa la hora del aplauso. Salgo como todos los días a ver a mis vecinos. La vecina de enfrente es muy maja y parece guapa. Tiene tres hijos, o hermanos. Yo qué sé. Nos saludamos, me da algo de vergüenza, porque ahora estoy solo. De pronto, empiezo a encontrarme muy mal. Me duele la cabeza. Mucho. “Resistiré” otra vez. Era una de mis canciones favoritas de la vida desde que vi “Átame”, y fue mi canción en el extraño verano de 2008, cuando me fui a recorrer Europa en una Berlingo con una pareja que acababan de liarse y otra (yo y J.), que acabábamos de romper. Como ya teníamos previsto el viaje decidimos hacerlo a pesar de acabar de haber roto. Nos pusimos una serie de reglas que no cumplimos.

Mientras ellos se besaban en cada esquina y él se tiraba a los parterres de los árboles para impresionarla, nosotros nos esforzábamos serena y minuciosamente en no tocarnos al caminar por las aceras. Ni siquiera rozarnos. Pues bien, ese fue el verano de “Resistiré”. Aunque también de Gainsbourg y Nancy Sinatra. Lo peor es que al final fue un gran viaje en el que nos reímos mucho y del que, todo hay que decirlo, no aprendimos absolutamente nada.

Me he ido por las ramas. El día anterior “Resistiré” casi me había provocado un ataque de ansiedad. Le dije a Sandra que nunca volvería a escucharla. Al hacerlo hoy, me emociono como un hooligan y la canto a voz en grito ante mi numeroso público del vecindario. Un vecindario del centro donde no se conoce nadie.

Cada vez tengo más frío… Miro a la ventana con el befo caído. Me impresiona ver a toda esa gente, la familia de 100 hijos del primero, el hombre mayor que utiliza un paraguas de sombrilla, los puntitos que saludan a lo lejos… Miro a la chica, me siento mal. Me duele la cabeza. No quiero llamar a mis padres para no preocuparlos, ni a ningún amigo, así que no sé por qué demonios corro a por un termómetro para enseñárselo a la chica (ni siquiera para ponérmelo), y así de paso no tener que gritarle a lo loco que me encuentro mal. Cuando me ve el termómetro me mira con gesto de preocupada. Comienzo a gritar: ¡Noo!... ¡Es que he tenido las ventanas abiertas toda la tarde!, ¡Creo que me he enfriado un POCOOO, pero nada!!... -¿QUÉEE?- Me dice. –Nada, nada, ¡que me encuentro bien, perdón!!!-. no es nada. Veo que no me entiende muy bien. Nos hacemos gestos de tranquilidad y simpatía. Está a unos 78 nudos de distancia… yo qué sé a qué distancia está. Ni cerca ni lejos. Todo esto es ridículo. Ojalá todo le vaya bien, a ella y a sus hijos. Y a su marido que nunca veo.

20:10

Me duele la cabeza. Me pongo el termómetro cuatro veces –dos de ellas son termómetros que no funcionan- y tomo tres infusiones con miel de propóleo, limón y jengibre molido. Tengo cero de fiebre. Niente. Estoy perfectamente, sólo he cogido un poco de frío después de haber pasado la tarde entre corrientes innecesarias. Normal.

20:19

Hablo por teléfono con mi amiga Sandra, que también decide tomarse la temperatura –lo hace a menudo por si acaso-, nos la tomamos juntos y saltamos de alegría cada vez que nos decimos que estamos bien. Bueno, la primera vez, luego ya nos la pela.

Me habla de los “zombies”. O sea, tíos que no le han llamado en mucho tiempo y, de pronto ahora, llaman sin venir a cuento sólo por la locura del confinamiento. Una amiga suya que vive en París le cuenta que un tío con el que estuvo simplemente dos días y se enrolló al final con él la segunda noche, le llama después de… ¡Cuatro años! Encima, la última vez que se vieron pasó de ella (después de follar, claro), no volvió a llamarla ni a cogerle las llamadas, etc. Fue un capullo. La llama ahora, y la chica le responde por curiosidad y un poco flipada. Ahora vive en Manchester. Hablan un rato corto.

Al día siguiente la vuelve a llamar. Le dice a los pocos segundos de iniciar la conversación: “¿Te acuerdas que hace cuatro años te dije que no estaba preparado para una relación? ¡Pues ahora sí!…”. La chica no entiende nada. Primero la llamada, después retomar una conversación de hace cuatro años después de haberla dejado plantada –aunque eso es lo de menos, dice ella-, y ahora pretende tener una relación en mitad de un confinamiento universal y en diferentes países con alguien a quien ya no conoce: y se queda tan ancho. La chica, por supuesto, le dice que sí. Que por qué no, que nunca es tarde para el amor. Es broma. Lo manda a tomar por culo. Pero con respeto, en inglés.

20:58

Me meto a la ducha. Tengo polvo en las manos de ordenar algunos cajones –es una de mis ocupaciones favoritas-. Cuando voy a lavarme los pezones pienso, ¿podré tocarme el pecho con las manos? Y decido lavarme primero las manos dentro de la ducha. Decido dejar el culo y los pies para el final. Un médico andaluz ha dicho que también es malo meterse el dedo por el culo durante la pandemia. Mi amigo P. asegura que se la suele pelar con guantes. Vamos a acabar todos locos. Más de lo que estábamos.

Hago una lista de todas las cosas que echo de menos inconscientemente. Aparte de las más importantes. Echo de menos tardes idiotas en bares vulgares y pijos pidiendo gintonics con amigos a los que no veo tanto como debería, echo de menos la música de Prince, tengo sus discos en casa, pero ahora no tiene sentido escucharlos, el casco viejo de Pamplona pidiendo vinos de uvas absurdas con Iñaki, ir al García con Carolina y Sandra y llamarnos “cachondos” con una zapatilla de jamón como si nada… Como si nada fuera importante. Y lo era. Vaya sí lo era. El otro día escuché por la radio “Dame más gasolina” y me estremecí. Ay Dios.

Echo de menos tocar a la gente. Acercarme a la gente. Hasta tengo miedo de tocarme a mí mismo a veces. No siempre.

De las otras cosas, las cosas gordas (que las anteriores también lo eran, bueno, menos el puto Daddy Yankee, acabo de buscar su nombre en Youtube. el de la gasolina), no puede uno ni hablar. Como no se puede hablar de los muertos. Los amigos están para contarse las cosas felices, como Michael Cane y Harvey Keitel de viejos en el balneario de “La Juventud” de Sorrentino.

23:27

Ya he cenado. Me pongo a trabajar en un poema que empecé de pronto y se me ha alargado un poco, hasta los 53 folios, el “Poema antinostálgico”. Lo hice en una semana de abril de 2007. Me he propuesto acabarlo ahora. Qué mejor momento.

1:37

El día se me ha pasado volando. No puedo entender el aburrimiento, aunque mataría por salir a la calle a una plaza con amigos y sobrinos y yayos. Me meto en la cama después de ver parte de “Crisis en seis escenas” de Woody Allen. Me han pasado la contraseña del streaming.

Estoy agitado, pero no mucho. Y eso que no veo noticias desde las cuatro, nunca lo hago, no podía dormir. Me pongo para coger el sueño la banda sonora de Lady Bird. Es chulísima. Pienso en las personas que quiero que están solas. Me pongo blandito mientras acomodo mi cabeza en un cojín de Grace Jones que compré en la Integral de Madrid, qué pasará con las tiendas de discos ahora… Prometo pensar más en aquellos que quiero y que me necesitan, responder los mensajes más rápido, centrarme más en las cosas, tocar más la guitarra, hacerme un horario de confinamiento y acabar los trabajos inacabados. En ese momento, noto algo en mi mano cerrada y me asusto. ¡Es el cepillo de dientes plegable! ¿Qué demonios hace aquí?? Me da un ataque de risa nerviosa. Tengo mucha suerte de ser tan idiota. De estar vivo. De seguir deseando tantas cosas.

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