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  • Anna TV

CINCUENTA Y TRES

La Invitada de Hoy es Mireya Plass. Desde Barcelona, nos cuenta qué hizo el viernes 8 de mayo.

Texto abajo: Mireya

Texto arriba: Anna

Viernes 8 de mayo

Beni se va después de desayunar, nos hemos vuelto a levantar tarde. No hay manera.

Dedico todo el día a preparar la corona party, hoy vienen Mireia, Clo y Cesar a cenar, también haremos en algún momento karaoke.

El festivo me pilla desprevenida. Hoy se celebra el 75 aniversario del fin del nazismo, si no he entendido mal. Ya se podrían ahorrar estos días festivos improvisados si, total, no se nota.

Encuentro un mini supermercado que está abierto y que vende fruta, lo que me viene perfecto, porque quiero hacer daikiri de fresa. Una mujer empieza a refunfuñar cuando entran dos tipos y se cuelan, le dice al vendedor que va a llamar a la policía porque no respetan las distancias, y porque la gente no lleva mascarilla, y porque hay más de un grupo de gente dentro de la tienda. Yo creo que en el fondo lo que le pasa es que está enfadada porque se le han colado mientras ella hacía el primo esperando fuera en la calle, por respetar las distancias que no han respetado ni los que se han colado, ni el resto de clientela, incluida una servidora.

Primero llega Clo y después Cesar, o al revés. Nos llama mi sobrina en una de sus multi-llamadas, le cuento que hacemos fiesta y nos pregunta si Corona-party, nos reímos.

Más tarde llega Mireia, que estaba estudiando para la prueba de trabajo y no ha podido llegar antes. Termino de preparar la comida y mientras tanto se sientan en el balcón y conversan, hoy es un día estival.

Comemos dentro, en la cocina, y de pie. Les pregunto que si no se quieren sentar, me dicen que están bien así, así que me acomodo en una silla, ellos sabrán.

Antes de cenar les he obligado a lavarse las manos, han aceptado todos a regañadientes. Lo del corona virus es la perfecta excusa para que yo pueda hacer cosas de este tipo con mis amigos sin parecer una maniática extrema. Ahora solamente les parezco una maniática.

Laura le manda un mensaje a Clo, Clo me pregunta si puede venir. Claro que si, morir matando. Cuando llega, lo primero que hace es lavarse las manos. Menos mal que alguien tiene dos dedos de frente, pienso sonriente para mis adentros.

La conversación se pone muy interesante. Estamos los cinco en el balcón. No hace nada de frío. Clo y Cesar reclaman el karaoke prometido. Lo preparo todo para poder cantar. El alcohol se está acabando y decidimos que no podemos empezar el karaoke sin tener reserva de alcohol, o de cerveza mejor dicho, pues tengo media botella de ron blanco. Vamos Clo y yo a comprar en bici. Volvemos y empezamos a cantar.

No dejo de sufrir por los vecinos, las paredes de mi casa son de papel, pero me parece justo hacer una fiesta alguna vez de vez en cuando, cada dos años.

Cantamos de todo, Clo pone en stop el karaoke en un momento dado, porque no la escuchamos; yo le pido a Clo que se calle cuando me toque a mi cantar, porque sólo la escucho a ella; a Mireia le encanta cómo Cesar canta la Chica de ayer; Laura es la única que mantiene un volumen de voz al cantar, que no haga que me vaya a dar un infarto pensando en los vecinos. Si alguien en esta fiesta tiene el virus, el resto no ha perdido la oportunidad de contagiarse, de cantar a lamer el micro, hay menos de un milímetro.

A las cuatro les digo que última ronda de canciones, Clo quiere tripitir la última ronda, le digo que nanai.

Acabamos sustituyendo el karaoke por una conversación sobre el corona virus, como no podía ser de otra manera. Cesar se va, y yo he dejado de entender lo que dice la gente.

La fiesta termina. Mireia se queda a dormir en el sofá amplio y azul de la cocina. Ya se ha hecho de día. No hay manera, no hay manera de irse a dormir pronto. Aunque hoy teníamos que celebrar que hace 75 años que Alemania fue liberada del fascismo. Eso merece una corona-party.

Viernes 8 de mayo, por Mireya Plass:

Podría empezar diciendo que hoy ha sido diferente al resto de días. Todos lo son, aunque desde que empezamos la cuarentena todos me parecen un poco menos diferentes que antes.

Hoy me he levantado como cada día. Primer despertador, 7.45. Segundo despertador, 8.17. Ninguno de los despertadores ha tenido demasiado éxito. Estoy cansada. Ayer me fui a dormir tarde, pasada la 1. Quedamos por Zoom con algunos de mis amigos de Berlín para cenar y celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Se hace raro pero es la única forma que nos queda. ¿Cómo será el año que viene? ¿Otra vez Zoom? ¿O podremos celebrarlo en un terraza y charlar y tomar algo sentados a menos de 2000 Km de distancia? La verdad, espero que sí. Pero hoy tengo uno de esos días en los que no estoy tan optimista.

Al final el ruido de la batidora ha surtido efecto. Marta prepara un smoothie para desayunar. Me levanto, mesa puesta en la terraza, con café y smoothie. Hace sol y calor. Todo apunta a que será un buen día. Después del desayuno, lo mismo de cada día, al menos de lunes a viernes. Me siento frente al portátil para empezar a trabajar desde casa. Primero, el correo electrónico. Después, a seguir el trabajo donde lo dejé ayer. En general esto del teletrabajo me gusta. O me gustaba. Hasta ahora disfrutaba de poder quedarme en casa a trabajar de vez en cuando y aprovechar la paz y la tranquilidad para concentrarme a hacer cosas que de otro modo son difíciles de hacer en la oficina. Ahora, ya no estoy tan segura. He visto demasiado las cuatro paredes de mi casa. Mi mente ya no encuentra paz en el ruido de los pájaros que entra desde la terraza. Necesito ver caras, gente, movimiento. Desearía tener discusiones de trabajo con mis compañeros, que, aunque siguen existiendo online, ya no son lo mismo.

Sigo cansada, y me duele la cabeza. Mi espalda se queja de la posición, y mis dedos parece que ya no quieren teclear más. Hace casi un mes me diagnosticaron de coronavirus. Nada grave. Estaba cansada, tenía sueño y perdí el olfato. Ahora sólo estoy cansada. ¿Será coronavirus otra vez? Este pensamiento carcome mi mente y aunque creo que no dormir mucho, haber hecho ejercicio el día anterior, y los cambios de temperatura propios de Barcelona en esta época del año son la causa más probable, no me lo saco de la cabeza. Quería ir al mercado, pero ya no me apetece. Quizás otro día. Aún puedo sobrevivir con la comida que hay en la nevera.

Necesito dormir. No, necesito seguir trabajando. Pero tengo sueño. Pero tengo trabajo acumulado. En medio de esta disquisición decido hacer un break y preparar la comida. Quizás un cambio de actividad y un poco de comida resuelva la duda. Error, sigo en las mismas.

Después de una merecida pausa vuelvo al trabajo. Más mails. Aunque mis energías no me acompañan. Desearía que esta tarde que acaba de empezar termine pronto. Ir a dar un paseo, leer un libro, tomar algo en una terraza. Cualquier cosa menos estar sentada aquí me parece una alternativa decente. Pero no puedo. Al menos, no hasta las 8 que es la única hora en que me permiten salir a pasear. No me entendáis mal, nadie me apunta con una pistola para que me quede en casa. Pero si salgo, las miradas desaprobadoras de todos los vecinos se van a clavar sobre mí.

El otro día salí a pasear con Marta, a las 8, a la hora que nos toca. Íbamos sin máscaras. Total, no protegen de nada y nosotras no estamos enfermas, así que no podemos contagiar a nadie. Aún así una mujer en medio de la calle se puso a gritarle a alguna amiga que no se nos acercara porque no llevábamos máscaras. Como si tuviéramos la peste. La ignorancia de la gente no deja de sorprenderme. Y me asusta. ¿A dónde vamos a llegar? ¿Hay vida después del confinamiento? Espero que el mundo vuelva al caos que era antes, porque la alternativa que aparece por mi mente me asusta más.

Ya son las ocho. Aún no he acabado de trabajar. Viernes y aún trabajando frente al ordenador. Otro viernes más de confinamiento. Eso sí, el fin de semana es sagrado y no pienso trabajar, aunque no tenga nada mejor que hacer. Se abre la puerta, Marta ha llegado. Creo que esto marca el inicio de mi fin de semana. ¿Qué cosas excitantes podré hacer?

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