El Invitado de Hoy es Pau Martínez Pla, el hombre omnipresente en todas las redes sociales. Diario de desconfinamiento. Martes de la novena semana de cuarentena.
Texto abajo: Pau
Texto arriba: Anna
Martes 12 de mayo
Por fin hoy me he atrevido a entrar en el centro comercial. Es una costumbre que incorporé hace un tiempo a mi rutina. A veces paso por ahí cuando salgo del trabajo y aprovecho para comprar comida y pan y, si estoy un algo decaída, también ropa (me da vergüenza escribir esto). He vuelto a incorporar esta costumbre a mi rutina hoy, porque mi rutina ha vuelto. Bienvenida deseada y, a la vez, odiada rutina.
He flipado con la cola que había en el H&M, pero bien pensado, es la misma que hice el otro día en Decathlon. Cuando se trabaja, se ven las cosas de otra manera. Te duele más perder el tiempo haciendo colas, aunque luego lo vayas a perder igual, dejando tu mente en blanco, sentada en la cocina, comiendo cualquier cosa, mirando Instagram sin mirarlo.
No he entrado a H&M, quería mirar si quizá encontraba algo para la boda. Me ha dado mucha pereza la cola. Así que me he ido a perder el tiempo a mi cocina, comiendo unas galletas saladas, etc.
Acabo de hablar con mi madre, que se está aficionando a hacer una video-llamada cada día. No me importa, en otros tiempos quizá me hubiera agobiado un poco. Ahora no, me gusta que me llame y hablar con ella.
Me ha dicho que había encontrado una casa de alquiler para todo el año en Calella de Palafrugell por 950 euros y que ahora se quiere mudar ahí. Hace una semana se quería mudar a Sitges. Ha pensado que si se va a Calella, además de disfrutar del mar, va a tener a sus hijas un mes entero ahí, no le falta razón, por mi parte, no le falta. Después me ha dicho que cuando ha vuelto del médico, mi padre se ha echado atrás con lo de Calella, y que ella va a acabar mal de la chaveta (como si no lo estuviera ya), que cada vez le chafa la guitarra (que le fastidia los planes), que primero le dice que sí a Sitges y después que no, y que luego que sí a Calella, y después que no. Entonces ahí me ha dicho (otra vez) que ha encontrado un piso para todo el año en Calella, que adivinase el precio del piso, 950 euros le he contestado, “justo” ha dicho ella.
Sintiéndose aludido, mi padre ha entrado en la conversación y han comenzado a discutir, como hacen siempre. Mi madre le recriminaba que si él sólo quiere ir a vivir a Sarrià, que si cuando mi padre era joven iba en moto a Calella (que tendrá que ver), que si antes le gustaba hacer esto y lo otro, etc. Mi padre seguía hablando de fondo, y de fondo quiere decir de fondo para las dos, porque mi madre no lo quería escuchar y le ha dicho tú ahora no estás. Y ignorándolo me ha dicho, que ya irá ella a vivir a Calella cuando se muera mi padre. Porque mi madre tiene muy claro que mi padre se va a morir antes que ella. Yo creo que mi madre va a sobrevivir al planeta entero
En un momento dado el vídeo se ha parado y luego ha continuado en cámara rápida, se me ha pasado por la cabeza que ya podría ser así muchas veces, poderle dar al fast forward en la vida real, en algunos momentos. Entonces me he dado cuenta de que esto ya es la vida real.
Martes 12 de mayo, por Pau Martínez Pla:
Este martes 12 de mayo me sorprende a las 04.30H en el sofá, las manos posicionadas "à la Ayuso" en el reportaje de El Mundo del pasado domingo. Me doy cuenta que estaba intentando configurar el Chromecast para ver algo de la interminable lista de pendientes de Netflix, y sin haberlo conseguido, caí rendido. Con el móvil en la mano. Vuelvo a la cama para dormir algo más, cosa que consigo. En la ducha no sé cambiar el chorro de bañera a ducha, no entiendo cómo va, no me acuerdo. Llevo unos días acumulando este tipo de pequeñas dudas domésticas y la razón es simple, y es que no estoy en mi casa. Estoy en casa de mi madre, instalado aquí desde el 2 de mayo. Y ella no está. Está ingresada en el hospital desde el día 1. Y no lo está por covid-19.
Sobre el papel hoy sería mi día 61 de confinamiento. Y todo sea dicho, lo estaba ejecutando de manera ejemplar. En lugar de eso, el día de hoy corresponde al undécimo día de mi desconfinamiento. Todo empezó con un viaje en tren para ir a verla por primera vez, que coincidió con un directo por Instagram de José Ignacio Martorell (ex-Jonston) que me amenizó el viaje. Mi último concierto en directo también fue suyo, una fiesta Hijau junto con Pablo Prisma y Gúdar. Me temo que no se me va a olvidar nunca. Mi día a día consiste en ir al hospital, el máximo número de horas posible. Y estar allí. Estar.
Me sumerjo a diario en el microcosmos hospitalario, un buceo con máscara de otro tipo. La mascarilla como snorkel agorero. Entre trayectos cada día supero los famosos 10.000 pasos que marca el teléfono. Me saben a poco.
En las mates del cole nos enseñaban aquello de los paréntesis dentro de paréntesis. Y ahí estoy yo, ubicado dentro del paréntesis médico que está dentro del paréntesis pandémico.
Hoy tocaba radiografía, cuando he llegado se la llevaban. Ha cambiado mucho mi percepción de lo que ocurre a cada momento. Creo que se me han agudizado los sentidos y los reflejos. También la mala leche, pero bien administrada. Siempre me ha molestado que me digan lo buen tío que soy. Quizá eso vaya a cambiar. Quizá es un sistema de alerta o de defensa.
Sería un tópico referirme a la sensación de irrealidad, pero supongo que para eso están los tópicos, para tirar de ellos cuando los necesitas.
Mi madre me pregunta por la mesa de centro que estaba pendiente de llegar, porque la pandemia ha dejado sin acabar una reforma de su casa, de la que me estoy teniendo que ocupar también. Ella siempre ha sido muy sensible al color, y le preocupa cómo haya podido quedar el tono de barnizado.
Vuelvo a casa una vez más escuchando Sufjan Stevens siempre el Carrie&Lowell. Había oído hablar de él y en este momento me ha parecido propicio descubrirlo.
Quizá mañana por la tarde vea a mi hija Bàrbara. Entre pandemia y hospital no la veo desde el 11 de abril.
El viernes tengo hora para cortarme el pelo. Tengo que aprender los programas de la lavadora.
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