El Invitado de Hoy es Jaume Cladera. Desde Barcelona. Jueves 7 de mayo.
Texto abajo: Jaume
Texto arriba: Anna
Jueves 7 de mayo
Hoy tenía que estar delante del ordenador a las 11:30, a esa hora el profesor nos tenía que mandar un ejercicio para hacer. Ha llegado tarde. Nos ha mandado el ejercicio: tenemos que explicar nuestra experiencia durante estos días con las clases a distancia en modo digital. Es decir, tenemos que hacer un crítica constructiva. Me he alegrado de que me preguntaran eso, porque tengo muchas ganas de decirles que hay algunas cosas que las han hecho bastante mal.
Benny se ha ofrecido a ir a comprar algo de desayuno. Le he hecho una lista.
Hemos desayunado a la hora de comer.
Por la tarde se ha ido, he aprovechado para terminar de hacer unos deberes y después he ido al súper. Mi plan para hoy era estudiar todo el día. No soy una persona disciplinada, me va a rachas. Durante estas últimas semanas se me ha hecho muy difícil ponerme a estudiar o a leer, es difícil concentrarse y no entiendo que haya gente que pueda seguir hacia delante como si no pasara nada. No lo entiendo.
Después del súper he hecho yoga, le hace bien a mi espalda y hoy me duele, me duele de estar tanto rato sentada y delante del ordenador. Cuando nos dijeron que cerraban en el trabajo por la cuarentena, pensé que se me iría el dolor de espalda al no tener que levantar a los niños en brazos (a veces es inevitable), pero que va, todas las rutinas conllevan un dolor. Igual que todas los poderes de superhéroe, que conllevan una gran responsabilidad.
Hoy por la tarde me han dicho que la semana que viene puedo ir a trabajar algunos días. Pensar que tengo que ir a algún sitio: dentista, trabajo, lo que sea, cambia la perspectiva. La cuarentena sin nada que hacer recuerda un poco al horror de los días de los años sin trabajo, en la España país de charanga y pandereta.
Y mañana he montado una minifiesta clandestina, mini porque va a ser en mi casa, que es muy pequeña, y clandestina porque vamos a ser mucha gente bajo un mismo techo: Clo, Mireia y yo.
Jueves 7 de mayo, por Jaume Cladera:
Suena el despertador a las siete pero no me levanto hasta las ocho y media.
Tonina, mi gata, ya está esperando a que abra la puerta que separa la cocina de la terraza. La terraza es liberada y ya puede ser disfrutada por Tonina y su humano que ha decidido mantener la rutina de desayunar allí. Mi terraza es un oasis. Las generosas lluvias de este mes de abril han hecho que florezcan las plantas como nunca había visto en los seis años que vivo aquí. El níspero del vecino de abajo va cargado y comparto sus frutos con el vecino de arriba ya que no doy abasto a comer tal cantidad de producto. Toda la copa del árbol da a mi oasis. Miro la mesa de madera en la que apoyo el plato con la tostada, el café y dos nísperos. Mueble de exterior, Ikea, barato. Me propuse al inicio de todo esto darle una capa de aceite para cuidar la madera reseca. Creo que en año nuevo me planteé menos propósitos que al inicio de la pandemia. El bote de aceite y la brocha siguen esperando a ser usados por el humano. No he cumplido ni uno solo de mis propósitos. Bueno sí, uno. El de desayunar allí, en mi oasis terraza.
Abro el portátil que me han dado para teletrabajar y compruebo que hoy tampoco tengo nada que hacer. Dejo encendido el skype para que los demás piensen que estoy ocupado.
Creo que esto del diario se me hará una montaña, Anita. Me gustaría poder escribir a la velocidad en la que pienso las cosas, un monólogo interior puro, pero no sé mecanografiar tan deprisa, ni estoy seguro de que el mecanismo de mi razón funcione al cien por cien con reglas lingüísticas. Gran parte de mi flujo de pensamiento es en abstracto, creo, y el solo hecho de intentar traducirlo en palabras desvirtúa el código. No me quedará más remedio que mentir, maquillar mi discurso.
Ya hablaba en pasado de mi padre incluso antes de que muriera, así que hablaré de mi madre en futuro por si algún milagro antagónico se gestiona. Llamaré a mi madre. Me dirá que no sabe qué más decirme. Que hablando cada día conmigo se le acabarán los temas de conversación. Sólo será capaz de detallar qué comerá y qué tiempo hará, y que se pasará el día pegada al teléfono hablando con sus amigas. Le preguntaré si con sus amigas también se le acabarán los temas de conversación. Dirá que se harán llamar las CoronaViudas, que tendrán un “modus operandi” para el circuito de llamadas de unas a otras, que estarán organizadas, muy preparadas para ello y lo suficientemente aburridas como para aprender a usar el wasap, aburridas para aprender a hacer videoconferencias, programación Java y C++, hackear internet y así acentuar las distopías sobrevenidas, pero sobre todo, lo suficientemente aburridas como para despellejar a quien sea que pase por la calle a deshoras. Hará ya veinte años que no vivo con ella y no recuerdo ningún nombre propio de nadie del pueblo como para darle la satisfacción a mi madre de bendecirlo con sus malos pensamientos. Comprenderé entonces que soy incapaz de competir con las CoronaViudas.
Miro a la ventana y digo ¡Miau!*
La vecina invisible del interior de isla se ha puesto a cantar en bucle otra vez esa canción de Coldplay cuyo coro hace oOºOo0, oOºOo0. Se queda encasquillada en este puto coro durante horas. Los vecinos la increpan. “Canta en tu ducha!”. Otro hace el tarzán parodiando la canción. Como no la vemos desde la terraza nos preguntamos si canta Coldplay vestida de cosplay. oOºOo0, oOºOo0, oOºOo0, oOºOo0, oOºOo0, oOºOo0… Me va a estallar la cabeza, esto es insostenible. Para distraerme de este método tan peculiar de evasión entro en casa a escribir esto en el diario: La vecina del interior de isla canta en bucle otra vez esa canción de Coldplay del oOºOo0, oOºOo0. Se queda encasquillada durante horas. Los vecinos la increpan. “Canta en tu ducha!”. Como no la vemos desde la terraza nos preguntamos si canta disfrazada. oOºOo0, oOºOo0, oOºOo0, oOºO… Me estalla la cabeza. Para evadirme entro en casa a describir esto en el diario: La vecina está en bucle otra vez con ese coro de Coldplay que hace oOºOo0, oOºOo0...
Me gustaría explicar aquí las cosas que hago, pero no hago nada durante ratos largos. En cambio caigo en una espiral de introspección que me sumerge en los infiernos. Me asaltan todos mis fallos como ser humano. Las veces que no he estado a la altura. Las no pocas veces que otros han tenido que dar la cara por mis errores. Todas las decepciones que he causado a los demás y a mí mismo. He mirado hacia otro lado, cerrado los ojos, cruzado de brazos, escondido la mano, abierto de piernas. He sido agrio, antipático, cruel, envidioso, hipócrita, egocéntrico. Soy un desperdicio, un inútil, un vago. Todos mis esfuerzos por ser genuino acaban en mediocridad. No merezco tener amigos, ni pareja, ni vivir. No tengo nada que aportar a nadie. Me eché a perder. Profané lo sagrado. Ennegrecí el oro. Gianni interrumpe mi espiral de autoflagelación autodestructiva con su propia espiral de malos rollos en su trabajo. Hoy era su primer día de reincorporación física en su curro del que acaba de volver. Gianni es mi salvavidas, mi refugio, mi oasis. Es una terraza dentro de una terraza.
Es la hora de salir a hacer el hámster por el barrio. El estado de alarma nos permite dar vueltas en círculo en esta franja horaria en un radio de un kilómetro. Uso un filtro de café como mascarilla. Embellezco esta precariedad con una de las mascarillas que cosió Gianni con sus camisas que son muy bonitas pero que no protegen demasiado. Mis orejas quedan tensionadas hacia fuera y parezco Shreck. Todo a mi alrededor son caras familiares, lugares gastados, caras gastadas. Se apresuran para ir a ninguna parte. Sin ninguna expresión miran a través de mi.
Una hoja de lechuga iceberg como tapabocas.
De vuelta a casa y no sucede nada.
Sigue sin suceder nada pero ahora imagino que soy el protagonista de “el quimérico inquilino” de Polanski, escuchando todos los microsonidos de las casas de los vecinos. Recuerdo que odio los vídeos ASMR de youtube.
Videollamada entrante de mi sobrinito. ¡HURACÁN!. Solo él es dueño de su alegría. Él mismo es su oasis, su terraza. Su felicidad no depende de nada ni nadie. Me explica que ha comido lasaña congelada de la que hice para el día de Navidad. ¡Aún queda!. Acabamos cada uno bajo una manta, alumbrándonos con la luz de nuestros móviles. Hay un mar en medio de nosotros y es como estar juntos en el mismo sitio, bajo la misma manta. Por un momento vuelvo a tener cinco años. Su vitalidad se contagia. Es todo ímpetu. Esa sensación de que todo es nuevo, de que para cada cosa hay una vez, que es la PRIMERA. Me pregunto si me habré equivocado al decidir no tener hijos. Nunca me he considerado lo suficientemente maduro, responsable… padre, como para plantearlo. Nunca he sentido “la llamada”. Joanet pierde interés en lo que estamos haciendo y se acaba la videollamada. Tengo treinta y siete años otra vez. Vienen flashes de cuando murió mi padre. Durante tres días lo acompañamos en ese trance. Todos menos mi hermano, que precisamente estaba en lo más remoto de Siberia tramitando la adopción de mi sobrino. Nunca me había preguntado cómo se despide uno de alguien PARA SIEMPRE. Nosotros nos mostramos agradecidos por todo lo que nos había dado. Pedimos perdón por no haber estado siempre a la altura. Y repetimos que le queríamos hasta su último aliento. Fué tan duro como bonito. Me gustaría tener lo mismo para mí. Morir sólo me quita el sueño.
Visualizo mis metas y objetivos. ¡Los veo! Pero por ahora seguiré comiendo Doritos.**
Tonina es tan respetuosa que nunca se pone encima de nosotros. Se acerca mucho cuando estamos tirados en el sofá y nos mira fijamente para que decidamos cuándo cojerla y acariciarla en nuestro regazo. Últimamente, para asegurarse aún más que es decisión nuestra y no capricho suyo, cuando hacemos el gesto de cojerla se va a un punto concreto de la casa para ser elevada hasta nuestro pecho. Lo llamamos el rincón de ser cogida, aunque lejos de ser un sitio arrinconado es un punto en medio de la sala. Muchos dicen que mi gata es introvertida, yo digo que es extremadamente considerada.
Ponemos una peli de Filmin. Gianni empieza a odiar Filmin porque nunca afino a encontrar una película que le guste. Es el D’A y Francina me dice que Violeta recomienda Little Joe, que le ha gustado tanto como para entrevistar a la directora. Impongo Little Joe pues es el último día que puede verse en la plataforma. Las Pipas Tijuana son la ketamina de mi nueva normalidad. Maridan con cualquier película. Crujientes y sabrosas ningún pensamiento oscuro acude a mi cabeza mientras anestesian mi lengua y disuelven mi esmalte dental. No concibo otro tipo de pipas que no sean Tijuana. Me cuesta creer que no existieran desde siempre, como las maletas con ruedas. ¿Desde cuándo existen las maletas con ruedas? Google dice que desde mil novecientos setenta y dos. Me vienen a la cabeza imágenes de viajeros con maletas sin ruedas en épocas remotas. Ahora imagino lo contrario. Cristóbal Colón, Marco Polo, Magallanes… cada uno con sus maletas de piel marrón envejecido, y sus ruedas de madera lubricadas con blanco de ballena cazada en alguna de sus propias travesías, comiendo juntos pipas sabor tijuana sentados en el sofá de sky de un piso airbnb. Me pregunto cuántas cosas tan evidentes se inventarán en la nueva normalidad y que yo pueda disfrutar con la misma perplejidad. Dos mil uno no nos trajo ninguna odisea en el espacio pero sí inventó las Pipas Tijuana. Little Joe muy bien. Incluso a Gianni le ha gustado. Gracias Violeta.
Llega el enésimo meme por wassap. Magdalena de la Fuente Escritora Gaviota Dulcinea del Toboso canta su canción para que no haya coronavirus. Es tan histriónica e improbable que se me incrusta en el cerebro. Entro en bucle cual loca del Coldplay. Es hora de ir a dormir y me meto en la cama con el estribillo de Magdalena de la Fuente como mantra en loop infinito:
“Cantemos, bailemos
al ritmo del Coronavirus”
* De la canción “Miau!” de Single
** Del libro “Doctor Portuondo” de Carlo Padial
Comments